....porque la palabra ignora de vientos y sueña sus pasos en cada latido, en cada horizonte.

jueves, 24 de noviembre de 2011

¿QUIÉN ME CREERÁ EL DESPUÉS?

             Primero. Uno no tiene la más pálida idea de cómo ha llegado allí
Ocurre como siempre. Cuando nos queremos dar cuenta, hemos hecho algo que nos ha transportado hasta ese lugar o alguien (familiar, amigo, enemigo, desconocido) nos ha presentado en ese maremagno de voces que catalogaremos con mayor detenimiento a medida que transcurra la reunión. No sé.
Después…inspeccionar con todos los sentidos (si es que nos queda alguno) a los presentes, es el proceder estipulado en este tipo de eventos.
Suele ser un grupo de hipócritas o, según se mire a la diacroica luminosidad del lugar, un hato de irreverentes sentimentalistas lacrimógenos.
Mire si no. Por allí aparece Luisa (que, entre paréntesis, no le dirige la palabra a uno desde hace, aproximadamente, veinticinco años por aquello de los flirteos con ella y María al mismo tiempo. Gajes de juventud, que le dicen) colgada del brazo de un mustio esposo. Se cruza con los conocidos de siempre y…¡Usted ya sabe! Saludos de rutina, fraseo de compromiso, un cafecito por aquí, un vasito mas allá y una anécdota olvidada/inventada que baja y se pierde…(Preferentemente ritmo de zamba en Re menor)
Como al descuido apenas si lo relojea a uno (lo suficiente para que el bichitus societatis no le reclame el hecho de no haber cruzado párpados con el invitado de turno, o sea uno, o sea yo) y se dedica a cimentar las habladurías (ajenas) de que ha sumado unos gramos a su grácil figura (o sea que aborda, cuál Sandokán de barrio, los bocadillos preparados para la ocasión)
Después (¿Acaso existe un antes?) aparecen los ex compañeros de trabajo. Esos que, hasta unos días atrás, lo (me) minimizaban atómicamente (jefes) y los que lo…envidiaban ¿sanamente? (subalternos. ¡Por finn! Se viene un ascensooo…¡Sí!).
Se suceden sentidas (y asentidas) palabras en mi honor: "Treinta años después de haber ingresado a la empresa como simple cadete, hoy nos damos el lujo de ver partir a uno de nuestros mejores subjefes de secretario de área. Sin dudas, ocupar su despacho no será fácil (es cierto, sus dimensiones son poco menos que liliputiense) y quién deba reemplazarlo deberá tener un alto grado de responsabilidad, honestidad, idoneidad (los idad serían interminaaaables)"
Aplausos medidos y…¡Epa! Algunas lágrimas en la rubia que entró en Mercadeo la semana pasada…¡Nooo! Si yo digo, esta no me daba ni la hora en el trabajo y   ahora que me fui…ensucia párpados.
Párrafo aparte, un familiar directo se empecina en cubrirlo de elogios y pondera sus virtudes en tan superlativa demasía que haría enrojecer a un modesto hijo de vecino. (No es mi caso. Suelo pecar de aceptar espontáneamente merecimientos inmerecidos. Por lo cual lo afirmado: excelso momento de dicha ególatra)
Posterior a la perorata de turno, salpicada por trivialidades (un perro que aúlla, un cric-cric sospechoso, frecuentes utilizaciones de un trozo de tela especialmente guardada para el momento) proceden a abandonarlo a uno en busca de otro foco de atención. (¡Qué desconsideración! Aunque, pensándolo bien…luego de tres horas de "¿te acordás?", el tedio suele convertirse en abrumador) Nos dejan el único momento de tranquilidad previo a la absoluta tranquilidad post-evento (usted ya sabe, cuando los invitados se marchan a sus pulcros hogares, trabajos, estudios y/o afines)
De más está decir que no mencionar a los colados de turno, sería un error imperdonable y restaría color a esta vana descripción. Sujetos que no han oído hablar de uno en sus pletóricas existencias mas, como el acontecimiento lo amerita, hacen acto de estoica asistencia. Suelen poseer una admirable predisposición que asombra a propios y extraños (don Cortázar se preocupa de esta fauna de "no invitados" en un relato que sugiero leer) ¡Alabada sea su participación!
Mas tarde se apaga la (mi) luz y, presumo, se inicia el cortejo final.
Después….¿Quién me creerá el después, San Pedro?

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